El ser humano
nace allí donde se merece, conforme a la cadena de existencias anteriores. Por
eso el paria o la mujer no pueden protestar contra el destino que les toca
vivir. Y solo aceptándolo, pueden librarse y alcanzar, tras la muerte, una
existencia mejor que la de este mundo, para liberarse finalmente, incluso de la
vida en la tierra, cuando hayan llegado a la plena perfección o purificación
completa.
Las castas
superiores (de guerreros o levitas) son grados más perfectos en la escala de
las reencarnaciones (en la vía de la salvación), los miembros de grupos
inferiores aspiran a encarnarse en esas castas tras la muerte, para ir
avanzando de esa forma en el camino de la salvación. Lo mismo sucede a las mujeres:
no pueden alcanzar su libertad final siendo mujeres; pero deben
mantenerse fieles a su propia condición de esposas y madres para reencarnarse,
tras la muerte, en un varón y acercarse a la libertad final.
Lo masculino es
un estado superior en el proceso de liberación: el varón está más cerca de la
salvación. El varón aparece como una mujer venida a mas (que ha ascendido
en el camino de las reencarnaciones). La mujer aparece como un animal venido
a mas (que ha superado la barrera de la animalidad), o como un varón venido a
menos (que no ha mantenido su altura precedente). Por fidelidad religiosa a su
destino, las mujeres han de someterse. Solo obrando como seres inferiores,
cumplen su función y pueden avanzar en el camino de la liberación.
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